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La belleza

La belleza es la antesala de la verdad y la bondad. No es el atajo de la estética. Es alegría y sorpresa. La presencia de lo infinito en lo finito. La libertad que se deja ver.

Cuando el conocimiento de lo verdadero se extiende a lo bueno, se produce la aprehensión de lo bello. En la actualidad el culto a la belleza ha sido reemplazado por el culto a lo feo en las artes y por el culto a lo útil en la vida cotidiana. Frente a eso, la belleza es capaz de liberarnos de la tiranía de lo útil, satisfacer nuestra necesidad de armonía y convertir el mundo en un hogar apacible.
La belleza es a la vez espiritual, sensible, inteligente y deseable. Puede restablecer la unidad interior y, con ella, la serenidad y la paz. Aspirar a lo bello, es reconocerse herederos de lo sublime. La belleza exige ascesis. No es intuitiva, ni es conquista sencilla. Es un camino empedrado que nos permite asomarnos al orden profundo de la realidad, de ahí la necesidad de su búsqueda.
El encuentro con la belleza tiene un poder transformador. Pero exige en nosotros la capacidad de contemplar, una forma de mirar y de escuchar que no es simplemente la de los sentidos. Cuando la belleza atraviesa la corporalidad humana y llega a lo íntimo, se hace contemplación, gozo, exaltación, admiración, energía, entusiasmo, arrobamiento. La belleza nos da la posibilidad de hacernos mejores.
Toda belleza, tanto la que hallamos en la naturaleza como la artística, nos presenta de manera única la misteriosa maravilla de lo real, su profunda riqueza y su gratuidad. El ser humano no puede vivir sin la belleza, con el esplendor de lo real. En la búsqueda de lo bello encontramos sentido a la vida. Como dejó escrito Fiódor Dostoievski en su novela El idiota, “la belleza salvará al mundo”.