Camarón Rosalía
Camarón abrió una puerta que no existía. No solo porque grabó un disco extraño para su tiempo, sino porque aceptó que el duende podía ir de la mano de un bajo eléctrico, de una batería, de versos de Lorca y de la mano de Ricardo Pachón.
Cuando se publicó su disco “La leyenda del tiempo” en 1979 fue casi un sacrilegio doméstico. Los puristas devolvían el vinilo a la tienda porque “eso no era flamenco”. Y, sin embargo, ahí estaba el cantaor más puro de su generación diciendo: el futuro también me pertenece.
Camarón no componía, pero tenía una brújula sobrenatural. Sabía qué texto, qué armonía y qué riesgo servían para que su voz sonara más honda. Su genio no estaba en escribir sino en encarnar. Convertía lo ajeno en propio. Era un vehículo de algo más antiguo que él. Por eso “La leyenda del tiempo” fue tan perturbador, porque el hombre que mejor representaba la tradición gitana fue el que dijo que la tradición no podía fosilizarse.
Rosalía llega al universo musical desde la otra orilla. Ella sí escribe, sí produce, sí organiza su propio panteón de referencias. No parte de una memoria de tablao sino de una biblioteca de músicas. Ha escuchado reguetón, neoperreo, r&b, flamenco viejo, electrónica berlinesa, villancicos catalanes y Saoko; y, en lugar de elegir uno, los ha puesto a convivir. Su nuevo disco “Lux” no es un capricho de estrella, es una catedral de música. Camarón desafió un canon que lo había elegido, ella escribe los nuevos mandamientos de la música.
Los dos, cada uno en su década, han hecho lo mismo. Sorprenden a los que los habían canonizado demasiado pronto. Camarón molestó al flamenco ortodoxo; Rosalía incomoda a los que querían que repitiera Motomami hasta el agotamiento. Los dos se negaron a convertirse en su propia estatua. Esa es su valentía, renunciar a la versión rentable de uno mismo.
Conviene decirlo sin miedo, es muy difícil arriesgar cuando ya eres grande. Camarón tuvo contra sí al purismo andaluz; Rosalía tiene contra sí al algoritmo, a los fans que piden lo de siempre y a un mercado que premia la repetición. Aun así, ha elegido el camino más difícil, el de la artista que se debe primero a la obra y después al público. En este disco la profundidad de la letra precede a lo monumental de las melodías. Dios la ha premiado.
He tenido la suerte de conocer a un hombre que adelantó al flamenco por la izquierda y ahora descubro a una mujer que hoy adelanta al pop por la derecha. Los dos entendieron lo mismo, que la tradición solo respira cuando alguien se atreve a abrir sus ventanas . Rosalía no traiciona nada con “Lux”, está haciendo lo que hizo Camarón entonces, recordar que la música no es un museo, es un organismo vivo.
Como dejó escrito Charles Baudelaire “hay que ser sublime sin interrupción”.