Pretérito imperfecto
La actualidad es mentira. La realidad secuestrada por el turbio interés. Un espejo con trampa en el que se nos obliga a mirarnos. La suplantación de lo relevante. La vida adulterada. El hijastro del hombre. El pretérito imperfecto.
La vida real tiene muy poco que ver con las ocurrencias del discurso de un alcalde o el juego de tronos de un consejo de administración de una empresa. En estos tiempos de pandemia hemos podido identificar lo efímero de lo insustancial. Estamos enfrentándonos al mayor reto de esta generación, y los medios de comunicación serios persisten en la ensoñación de discernir si son molinos de viento o auténticos gigantes los que nos amenazan. El comunicador se nos sigue presentando como un auténtico desfacedor de entuertos, cuando ni el mismísimo Alonso Quijano vela ya armas por duelos imaginarios si su empresa no lo decide así. Tienen al Watergate como referente, cuando el mundo ha convertido la comunicación en un producto más de consumo. En tantas ocasiones su compromiso es con la cultura del exceso y la prisa. Su urgencia por protagonizar el interés a cualquier precio los convierte en vulnerables. Demasiados quehaceres a los que acudir, demasiadas instancias que atender, para poder sobrevivir. Ese es el periodismo del siglo XX que no alcanza a encontrar su sitio ahora que la verdad exige otro tipo de marco de relación con los ciudadanos.
El feminismo no es un documental, ni la política es una rueda de prensa y por supuesto, la economía no debe ser un anuncio. Debemos exigirnos una especia de huida del territorio que ha devastado la COVID y que algunos se empeñan en conservar a cualquier precio.
El periodismo debe aspirar a esculpir en el tiempo, no conformarse con el ruido. Convirtamos esta transición necesaria, en un auténtico arte de la fuga de la agenda dictada por el poder, en la que la realidad siga mereciéndose una oportunidad.