Joe Silicon Biden
Enero es un miércoles con mascarilla en Washington. El discurso diazepam del cuadragésimo sexto presidente de los EEUU. La hijastra de Kamala Harris en modo Paco Clavel, la siesta de Bill Clinton y el himno entonado por Lady Gaga. Una mierda.
Joe Biden aburrió hasta a las doscientas mil banderitas colocadas en el National Hall. En un discurso para olvidar, repitió hasta la saciedad tres palabras que le quedan grandes: unidad, democracia y desafío. El ticket electoral demócrata que consiguió el poder, Biden-Harris, representa perfectamente las aspiraciones de la nueva izquierda globalizadora norteamericana. Por un lado, el discurso en voz baja de un presidente que está para un partido homenaje que no molestará ni a sus nietos, y por otro, la agenda progre de una vicepresidenta que la tendrá siempre ocupada en lo intrascendente. De esta forma, ambos dejarán campar a sus anchas al nuevo capitalismo moralista de las empresas Big Tech que seguirán ganando ingentes cantidades de dinero sin control alguno y que no dudarán en continuar imponiendo su agenda pijoprogre. No es casualidad que el dinero de GAFAT (Google, Amazon, Facebook, Apple, Twitter) llenara los bolsillos demócratas. Quieren perpetuar su influencia y poder sin importarles nada más que su dinero. La democracia necesita culpables. Ese es el mensaje resumen de esta nueva izquierda a la que la polarización de la sociedad beneficia y hace ganar mucho dinero e influencia. Alguien debe pagar por todo lo malo que ocurre en la sociedad. El culpable es el adversario político. El dinero de Silicon Valley intenta convencernos de que los derechos fundamentales de los ciudadanos deben ejercerse en el entorno de los derechos privados de sus empresas y nosotros debemos mirar para otro lado. Una perversión democrática.
Joe Silicon Biden es el presidente “jarrón chino” construido por Silicon Valley y Kamala Harris la activista que vive sin vivir en ella.