Confesión
“La medicina me hace sentir que no estoy al mando”.
La medicina me hace sentir que no estoy al mando. Percibo que la luz viene de los otros. No me importa que a falta de luz propia, al menos sea capaz de reflejar la de los demás. ¿Acaso la luna no hace lo mismo? Eso sí, no me tomo mi vida como una limosna, no me conformo con las sobras del plato de nadie.
No recuerdo el día que decidí ser médico. Tampoco soy consciente del momento en el que me hice escritor. Ni la medicina ni la literatura me han hecho ninguna promesa. Vivo de prestado en este territorio tan hostil, en el que encuentro mi libertad y ejerzo mi resistencia. No pretendo encandilar ni con mi ciencia ni con mis palabras, pero no cejo en el empeño de construir la cúpula en la que resuene la canción de mi vida y la de tantos que encuentro por el camino, y me entregan el tesoro de su confianza. He de confesar que nadie me previno sobre las despedidas, de su helada rutina que congela mi corazón sin previo aviso. La muerte para mi tiene nombre. Primero el de mi madre, y después el de cada uno de los pacientes que he perdido a lo largo de mi carrera. Grito mi nombre en las ocasiones tristes, cuando la pérdida abrasa las entretelas de mi alma. Me llamo, me nombro, me recuerdo; los llamo, los nombro, los recuerdo, a cada uno de ellos, como las sílabas del verso que nunca quise escribir, pero que estoy obligado con demasiada frecuencia a recitar. No me olvido de ninguno, por mucho que la vida me diga, porque con ellos se fue una parte de mi. Lo hago así, antes que la vida cicatrice. Confío en que mi sinceridad les sea creíble: su dolor y su sufrimiento nunca me han sido ajenos. Aspiro a ser entendido en mi limitación.
La Humanidad es un océano demasiado grande que me asusta, pero cuando me acerco compruebo la belleza y la grandeza del hombre con nombre y apellidos. En la cercanía puedo distinguir las olas que bañan serenas la arena de la playa. Ahí encuentro el sentido a mi vida, y percibo el aroma amargo de la finitud de mi empresa. No me importa. Tanto valor es el del hombre que merece la pena servirlo. El humanismo en la medicina es un ajuste de cuentas con la verdad.
Desde aquí, desde mi casa, sin más hacienda que el tiempo robado a los míos, y con una completa colección de despedidas obligadas, no me atrevo aconsejar pero sí a suplicar: no dejen de querer a su médico, de sostenerlo.