La utilidad de lo inútil
            
                            
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	Las crisis no caben en una poesía. Ni en un cuadro, ni en una sinfonía, ni en una biblioteca. Sus dimensiones exigen balances, índices, sumas, restas; en definitiva, números.</p>
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	Nuestra sociedad abandonó la tarea de seguir indagando en las materias humanas que no tenían un interés inmediato y práctico, y que en nuestra historia supusieron  la mejor defensa de la “dignitas hominis”. La complejidad humana nunca pudo despacharse con un balance en colores.</p>
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	La lógica del beneficio en lo económico, minó por la base las instituciones y disciplinas, humanísticas y científicas, cuyo valor debía coincidir con el saber en sí, independientemente de la capacidad de producir beneficios prácticos. Ese camino, nos introdujo en el analfabetismo funcional de nuestros días, con personas que sucumben por todo lo tecnológico y que a la vez no albergan un mínimo atisbo de crítica fundamentada.</p>
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	Escribía Pierre Hadot que era tarea de la filosofía el revelar a los hombres la utilidad de lo inútil. La filosofía desde hace años se adentró en las estancias del olvido de nuestra sociedad glotona y poco instruida. Platón se convirtió en nombre de balón de fútbol y Sócrates en un nuevo video juego.</p>
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	Llama la atención que ante una sociedad idiotizada que espera la nominación semanal de Belén Esteban o la última novela de Jorge Javier Vázquez, el lugar de la filosofía lo quiera ocupar la política.</p>
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	No hay mejor prueba para comprobar la madurez de un país, que atender al nivel del debate político que se genera en una contienda electoral. Asistimos con frío en el alma, al cúmulo de discursos trenzados desde lo liviano, lo vulgar y lo feo, que se construyen desde las posiciones políticas que entienden, que o bien somos tontos, sin capacidad de discernimiento, o merecemos ser de por vida tutelados, ya que el traje de la libertad nos queda demasiado grande.</p>
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	No es anecdótico el desprecio por el humanismo en nuestra enseñanza reglada, dócil con las leyes de gobiernos que nos quisieron vender que la apuesta radical por la cultura sólo genera pueblos muy difíciles de gobernar, y por tanto de tutelar. Una política de escaso nivel intelectual no puede pervivir en el tiempo, si no es al precio de renunciar a lo valioso, a lo veraz y a lo bello. Hemos llegado al día en el que los políticos nos eligen a nosotros, pervirtiendo uno de los pilares claves de nuestra democracia. Permitimos que se erijan en el rostro de nuestra sociedad, arrogándose la facultad de saber que es lo que nos conviene violentando su mandato de representatividad, que  no de tutela.</p>
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	Occidente recuperará sus señas de identidad, el día en el que a Aristóteles no se le pida que escriba sobre la prima de riesgo.</p>
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