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El tuerto Bob Dylan

<p style="text-align: justify;"> La literatura incendia. Asola el territorio de lo vulgar. En la tierra quemada construye un nuevo universo con palabras. El hombre se reconoce en ella como un ser de lejan&iacute;as, que trasciende a su propio tiempo y a su propia biograf&iacute;a. La literatura, no se pinta, no se esculpe, no se interpreta, s&oacute;lo se escribe. No necesita pinceles, ni cinceles, ni p&iacute;fanos, para desvelar su misterio. Nadie puede ser escritor por accidente, la&nbsp; literatura es una empresa demasiado grande para ser tomada como una afici&oacute;n o un producto secundario derivado de otras artes. No es el pl&aacute;stico que queda tras refinar el petr&oacute;leo. Es el metal precioso que hace grande a&nbsp; sociedades como la nuestra demasiado empe&ntilde;adas en resaltar la apariencia y el brillo de la bisuter&iacute;a intelectual. Dejarse seducir por la literatura es adentrarse en el terreno de lo sublime, sin dejar sitio para la hipocres&iacute;a de lo pol&iacute;ticamente correcto. La literatura pesa demasiado, sus arrobas no pueden descansar sobre los hombros d&eacute;biles del escritor sin obra, al que han contratado para transportar las palabras como un mozo de una empresa de mudanza.</p> <p style="text-align: justify;"> El jueves pasado supimos por boca de Sara Danius, secretaria de la Academia Sueca, que el cantautor estadounidense, Bob Dylan, hab&iacute;a sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura de este a&ntilde;o. Los acad&eacute;micos otorgaron este gran galard&oacute;n de las letras al citado autor &laquo;por haber creado nuevas expresiones po&eacute;ticas en la gran tradici&oacute;n de la canci&oacute;n americana&raquo;. Parec&iacute;a una broma pesada, pero cr&eacute;anme que el jueves no era el d&iacute;a de los Santos Inocentes. Estaba en la misma onda de la noticia de la semana anterior de la concesi&oacute;n del Nobel de la Paz a un pol&iacute;tico que no hab&iacute;a conseguido a&uacute;n el acuerdo por el que era premiado y que hab&iacute;a sido rechazado por los supuestos beneficiarios del mismo. Todo un nuevo dislate de la Academia Sueca. Tanto en un caso como en el otro, contaron con el aplauso y la aprobaci&oacute;n de las legiones de ciudadanos que pueblan la pen&iacute;nsula de lo pol&iacute;ticamente correcto, y eso es suficiente en estos tiempos de zozobra cultural y buenismo.</p> <p style="text-align: justify;"> Lo gracioso del caso es que incluso los sesudos acad&eacute;micos, embriagados por la profundidad del mensaje del cantautor americano, resaltaron como mayor m&eacute;rito sus &ldquo;expresiones po&eacute;ticas&rdquo;. No se atrevieron a denominar a sus canciones como poes&iacute;a a secas, a Dios gracias. A Dylan le acompa&ntilde;an muchos atributos y merecimientos, pero no ha sido agraciado con el don de la literatura. Sus canciones son inspiradoras y transformadoras, pero su literatura es inexistente. Ser&aacute; el primer premiado que vender&aacute; discos y no libros.</p> <p style="text-align: justify;"> En este mundo en el que muchos creen que los ciento cuarenta caracteres de un &ldquo;tuit&rdquo; son el nuevo endecas&iacute;labo de este siglo, Dylan es el tuerto.</p> <p> &nbsp;</p>