Tiempo de rebajas
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La vida es un precio tachado en tiempo de rebajas. Nos han convencido de que es el pasado. La realidad debe ser lo que queda tras el descuento para que sea verdad. Así la vida se edulcora, se cosifica y al final se pone en venta. Se empieza por comprar cosas para el hombre hasta que nos encontrarnos con nuestra propia humanidad en venta. Las rebajas no son otra cosa que el espejo de nuestra sociedad consumista y vulgar. Necesitamos comprar a toda costa, creyendo que somos dueños de nuestras propias gangas.</p>
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Las rebajas de enero son la nueva oportunidad para seguir gastando el dinero que ganamos en nuestros trabajos grises y sin alma. No comprar en este tiempo te excluye de pertenecer a esa ciudadanía políticamente correcta, que muestra su botín con descuento en su Facebook.</p>
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Si uno lo piensa, las rebajas no son otra cosa que la consecuencia lógica de un vivir en el corto plazo. Liberados de toda la pesada carga de la crítica que concede la educación, uno comienza por transigir con las obligaciones morales y éticas que le conceden al hombre poso, y acaba comprando los calzoncillos diez céntimos más baratos, aunque tenga que invertir toda una tarde de su vida. Nuestros espíritus comenzaron a adquirir la consistencia de los flanes cuando nuestras metas comenzaron a ser de escasa altura y nos enamoramos de la cultura “low cost”. Si nuestros propósitos para el nuevo año no superan la dificultad de inscribirse en un gimnasio, no podremos después enfadarnos, si al final todo nuestro éxito queda resumido en el descuento que encontramos en la ropa deportiva que nos compramos para tan inabordable misión.</p>
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En tiempos de rebajas, todos engordamos las cifras del listado de victimas del consumismo que crece cada año con una voracidad que no tiene fin. Los expertos nos dicen que hay que alentar el consumo para dinamizar nuestra economía para que ella nos garantice nuestros propios puestos de trabajo. La telaraña es tan grande que si uno decide no consumir y no ceder ante la dictadura del tanto por ciento de descuento, se convierte en una especie de antipatriota. Sin la décima camisa blanca en nuestra armario no somos buenos ciudadanos.</p>
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No quiero que mi vida se convierta en una tarjeta de descuento, con treinta días para devolver lo que no me gusta, y con financiación a doce plazos sin interés. Deseo en este tiempo de gripe, que ser austero no sea tan caro y que ser consumista no merezca la pena, claro que con el permiso del maestro Sabina.</p>
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