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Irene Queer Montero

El feminismo morado es una guardería en un ministerio. Un despacho de una secretaria transformado en sala de juegos, con los enchufes tapados, las sillas y las mesas a un lado, y una mantita en el suelo. Una asesora de la 'esposa de', 'nombrada por' como niñera, pagada por todos y para todo. Un ministerio convertido en fuente de desigualdad, y una titular empeñada en ser gobierno y oposición a la vez.

Esta semana conocimos a través de una filtración interesada las pretensiones del proyecto de la denominada ley Trans del Ministerio de Igualdad que señorea Irene Montero. Sin duda, es la traslación burda a ley de la tesis básica del llamado feminismo de género o queer, que desde Beauvoir y Butler hasta Podemos se resume en que la mujer y lo femenino son meras construcciones culturales, no biológicas, y modificables a voluntad. La frase de la escritora francesa en 1949 resume este movimiento a la perfección: «No se nace mujer, llega una a serlo». De aquella imprecisión llegamos a la actual confusión que inspira un proyecto de ley que divide hasta a los movimientos feministas en la actualidad, que tiene hechuras de panfleto y huye de las garantías de cualquier ley que se precie. Que se lo digan a Lidia Falcón, presidenta del Partido Feminista, que fue expulsada de Izquierda Unida por expresarse en contra de la línea 'queer' imperante en la formación comunista. ¿Qué sigue irritando a una mujer marcadamente de izquierdas y feminista del proyecto de ley elaborado por la nueva izquierda que gobierna? Su posición es clara: «El sujeto de lucha, que es la mujer, desaparece. Ahora somos progenitores gestantes y progenitores no gestantes. Un disparate. Si no hay mujeres, ¿para qué queremos el feminismo?».

Irene Queer Montero ha conseguido el más difícil todavía: convertir su feminismo en el nuevo caballo de Troya de la izquierda.